Si me lees, ya sabes que fui criado por mis abuelos maternos. Ellos, campesinos de pueblo con un corazón enorme, criaron a muchos hijos y nietos, entre ellos a mí.
Los sábados eran especiales porque comíamos carne, un solo pedazo, normalmente bañado en salsa verde y acompañado con muchos frijoles de la olla. Maravilloso, ¿no? Obviamente, no podían faltar las tortillas y la sopa.
Un tío mayor, el «matón» de la familia (el menor de los hijos de mis abuelos), aprovechaba el descuido de los abuelos para robarnos nuestro pedazo de carne. A mí siempre me lo quitaba.
Para mí, ese día de comer carne era como una fiesta: toda la familia reunida alrededor de la mesa, compartiendo la comida y celebrando lo que teníamos.
Al principio, me quejaba, lloriqueaba y me enojaba, pero de nada servía. El tío ya se había comido el pedazo de carne y no había nada que hacer. Miraba mi plato lleno de salsa verde y frijoles, y entonces: «Hay lo que hay». Así que, me dedicaba a disfrutar lo que tenía, además, el hambre motivaba a seguir comiendo.
¿Cuántas veces te quejas por lo que no hay?
Yo lo hago muy seguido. Me quejo y, como cuando era niño, hay lo que hay. Durante la queja, uno pierde tiempo valioso rumiando en lo que no tiene, en lugar de disfrutar lo que sí se tiene y de mirar las posibilidades frente a nosotros.
En los negocios también es fácil desear más ventas o más clientes, pero muchas veces no atendemos lo que tenemos como se merece por querer más de lo que no hay. Hay lo que hay, así que aprovecha lo que tienes para hacer cross-selling o upselling, atender, aprender y disfrutar del momento.
En la atención al cliente, siempre hay clientes que buscan lo que no hay. Decir «hay lo que hay» es complicado, especialmente cuando la presión te lleva a querer prometer cosas que no puedes cumplir.
Mi consejo para mí mismo: No pierdas tiempo quejándote por lo que no tienes. Concéntrate en disfrutar lo que tienes, aprende a cómo puedes sacarle el mayor provecho.
Nos leemos pronto, hasta la próxima